Una vez vino a lo del Rabí Baruj, nieto de Rabí Israel Baal Shem Tov (fundador del jasidismo), un judío adinerado, que era conocido como avaro y tacaño.
El tal pudiente no se permitía ningún lujo y vivía una vida miserable.
Rabí Baruj le habló con reprobación: un hombre como tú, que D’s bendijo con riqueza, debe mantenerse generosamente, cada día tu mesa estará cubierta de carnes y pescados y manjares exquisitos, y también vino del mejor para beber durante la comida.
Después que despidió al rico-avaro, uno de los alumnos de Rabí Baruj le preguntó: Díganos, maestro, para qué echar sermones a este tacaño, acaso le tiene lástima que no come ni bebe ?
Mi compasión no es para él – respondió el sonriente Rabí Baruj – sino para los pobres que se allegan a su casa. Si él comerá la carne y el pescado y beberá el vino, y se complacerá, sabrá entonces darle a los pobres por lo menos el pan duro.
El tal pudiente no se permitía ningún lujo y vivía una vida miserable.
Rabí Baruj le habló con reprobación: un hombre como tú, que D’s bendijo con riqueza, debe mantenerse generosamente, cada día tu mesa estará cubierta de carnes y pescados y manjares exquisitos, y también vino del mejor para beber durante la comida.
Después que despidió al rico-avaro, uno de los alumnos de Rabí Baruj le preguntó: Díganos, maestro, para qué echar sermones a este tacaño, acaso le tiene lástima que no come ni bebe ?
Mi compasión no es para él – respondió el sonriente Rabí Baruj – sino para los pobres que se allegan a su casa. Si él comerá la carne y el pescado y beberá el vino, y se complacerá, sabrá entonces darle a los pobres por lo menos el pan duro.
Ahora, cuando él mismo se contenta con pan, sal y sardinas, qué pueden estos pobres desgraciados esperar de él…
Fuente: Recopilación de Cuentos Jasídicos-Judíos.