Para leer en la mesa de shabat: Cada uno con sus golpes
Una vez, los hermanos Reb Zusha y Rabí Elimélej decidieron exiliarse
voluntariamente por un cierto tiempo. Erraron por innumerables
comunidades judías como simples menesterosos en procura de la expiación y
purificación de sus almas. Cierta cruda noche de invierno, llegaron a
una aldea y resolvieron entrar en una posada para calentarse un poco.
Justo en ese momento, se festejaba allí un casamiento aldeano de una
pareja gentil. Ambos forasteros decidieron ubicarse en un rincón detrás
de la estufa a leña, para que no notaran su presencia. Sus recaudos
fueron inútiles sin embargo, pues finalmente los descubrieron. Los
aldeanos que ya se encontraban un poco borrachos, se empecinaron en
fastidiar a ambos menesterosos. Acostaron a Reb Zusha sobre una mesa y
se pusieron a bailar. Al finalizar cada baile, cada aldeano se acercaba a
Reb Zusha y le daba un golpe. De este modo transcurrió un largo tiempo
hasta que se cansaron y entraron en la habitación contigua para
continuar bebiendo.
Rabí Elimélej se acercó a su hermano Zusha y le dijo: “Querido hermano,
¿Por qué has de recibir tú solo todos los golpes? Yo tomaré tu lugar en
la mesa”. Zusha aceptó dolorido como estaba, y Elimélej se acostó en su
lugar. Cuando los invitados, ya bien borrachos, entraron nuevamente para
continuar bailando, uno de ellos dijo: “Peguémosle ahora al otro que
está sentado detrás de la estufa a leña. Que pruebe también él el sabor
de nuestros golpes, y así se llevará un “lindo recuerdo” del casamiento
en nuestra aldea”. Dicho y hecho. Cargaron nuevamente al golpeado Reb
Zusha, lo acostaron sobre la mesa y reanudaron su “diversión” de bailar y
golpearlo. Al poder salir del lugar, el pobre Reb Zusha le comentó a
Elimélej: “Ya vez, querido hermano, es la voluntad de Hashem que yo
reciba los golpes. Así fue dictaminado desde el Cielo; y el hombre se
incapaz de liberarse de los golpes que debe recibir, no habiendo truco
en el mundo que pueda impedirlo …
Fuente: Mashua. Israel y Judaísmo.
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