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Una mañana, en el primer día de la Fiesta de las Semanas, antes de la lectura de la Torá, Rabí Méndel dejó la habitación donde la gente se reunía para orar y fue a su propio cuarto.
Después de un tiempo retornó a la habitación y dijo: "Cuando el Monte Sinaí fue elevado de modo que pendiera sobre vosotros como una gran campana vacía, fuisteis obligados a aceptar la Ley.
Ahora os libero de esta compulsión y de esta responsabilidad. Una vez más sois libres para elegir.'' Entonces todos gritaron con fuertes voces: "¡También ahora aceptamos la Torá!"
Un discípulo del rabí de Lublín, que se encontraba ahí porque no había podido ir a pasar las fiestas con su maestro, agregaba lo siguiente cada vez que contaba esta historia: "Y todas sus impurezas se disiparon como en aquella ocasión, en el Monte Sinaí."
Fuente: Cuentos Jasídicos - Los maestros continuadores - I

 


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Esta Tefilá de los padres sobre los hijos, fue escrita por el Shlá Hakadosh, Rab Yeshayahu Horovitz. Esta Tefilá es muy propicio decirla todos los días, pero especialmente un día antes de Rosh Jodesh Siván. La grandeza de la víspera de este mes es expuesta por el Shlá Hakadosh en su libro, y estas son sus palabras: “Todos tenemos la obligación de rezar a Hashem por todas nuestras necesidades, ya que todo depende de Él. Por eso, por cualquier necesidad que se tenga en cualquier momento, la persona debe acostumbrarse a hacer Tefilá. Pero mucho más necesitamos hacer Tefilá para que tengamos descendencia buena y kasher por siempre. Ya que todo lo que tendrán nuestros hijos y con quién se casarán, dependerá de Hashem. Y mi corazón me dice: un tiempo de Voluntad Divina es la víspera de Rosh Jodesh Siván, ya que es el mes en que se entregó la Torá, y ahí fue dicho que somos los hijos” de Hashem.
Es propicio que el hombre y su mujer ayunen ese día y hagan teshubá, y revisen todas las leyes pertinentes del kasherut de la casa. También es bueno dar tzedaká ese día”. Asimismo, escribe el Shlá en otro de sus libros: “Que siempre tenga la persona en su boca una Tefilá para sus hijos, para que sean estudiosos de la Torá, tzadikim y crezcan con buenas virtudes y cualidades. Debemos prestar mucha atención en las Birkot Hatorá cuando decimos “Nuestras generaciones”, para que nuestros hijos crezcan en el buen camino. Y en cualquier lugar en la Tefilá donde se refiere a nuestros hijos, debemos prestar mucha atención, para que se cumplan todas las berajot en nuestros hijos”.
  • Hebreo / Hibrit
  • Fonetica / Castellano

 


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Preguntaron a Rabí Méndel: En el shabat, cuando decimos la Plegaria de la Tarde, ¿Por qué repetimos las palabras del salmo: Y para mí, pueda mi oración a ti, oh Señor, ser en un tiempo de buena voluntad?.
Contestó: ¡Porque la voluntad del Altísimo de crear el mundo para el bien de sus criaturas ya existía en la tarde del shabat antes del primer día de la creación!
¡Cada shabat, en esta misma hora, es como si esa voluntad original despertara nuevamente, y por consiguiente oramos para que en esta hora, antes de que el shabat llegue a su fin, la voluntad de hacer el bien a Sus criaturas pueda manifestarse una vez más!
Fuente: Cuentos Jasídicos y de Rabinos Famosos - Martín Buber - Los Maestros Continuadores I.


 

 

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Un adepto de Kotzk y otro de Jabad, discutían con respecto al tiempo que hay que dedicar a las oraciones.
El primero decía: - Si tienes una huerta y quieres evitar que entren animales, construirías una sólida valla, casi sin ranuras, pues si dejas un espacio grande entre las ranuras, los animales pueden encontrar la manera de introducirse y comer las hierbas. Por eso nosotros rezamos rápido, sin intervalos de meditación, como hacen ustedes, para que el instinto del mal no encuentre la forma de introducirse en nuestros pensamientos.
El adepto de Jabad le respondió: -Todo lo que dices está muy bien, pero qué pasa si construyes la valla y dentro del huerto hay un animal. Una sólida valla lo va a dejar atrapado. Por eso es mejor dejar un espacio mayor entre las ranuras, para sacarlo afuera.
Muchos tenemos en nuestro interior al Instinto Malo y sino hacemos una pausa y meditamos durante nuestras oraciones, no hay manera de expulsar al instinto malo de nuestros pensamientos.
Fuente: Anécdotas talmúdicas y de rabinos famosos. Dr. Simón Moguilevsky 




 


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Cuenta la Rabanit Jana Schneerson, esposa de Rabí Levi Itzjak Shneerson:
En cierta oportunidad recibí una carta de un prisionero (un profesor no judío que había querido suicidarse y el Rab lo salvó a último momento) que había estado junto con mi esposo en la cárcel:
"Compartíamos la celda entre cuatro personas y sólo pudimos resistir gracias a la fortaleza espiritual de Rabi Levi Itzjak que nos sostuvo, a pesar de las grandes desgracias que sufrimos.
He quedado profundamente impresionado por el valor que demostraba el Rabino.
Cierto día llegó la orden que todos los presos debían afeitarse. Parte de los prisioneros, entre ellos rabinos y judíos observantes ancianos, trataron de oponerse. Pero nada los ayudó y debieron cumplir con la disposición. No sucedió lo mismo con Rabi Levi Itzjak.
Cuando llegó su turno, se paró como una roca y dijo con firmeza:
"¡No afeitarán de ninguna manera mi barba!". Sus palabras- dichas con tanta seguridad- asustaron a los carceleros, y lo dejaron en paz".
Fuente: Jabad.com

 

 

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Un hombre acudió a quejarse a Rabí Méndel de que no podía cumplir el mandamiento de ser hospitalario porque a su esposa no le gustaba recibir visitas, y siempre que traía gente a su casa esto originaba disputas que amenazaban su paz doméstica.
Dijo el rabí: "Nuestros sabios dicen: 'Agasajar a los huéspedes es una virtud mayor que agasajar a la Divina Presencia.
Esto puede parecemos exagerado. Pero debemos entenderlo correctamente. Se dice que cuando hay paz entre marido y mujer, la Divina Presencia se aposenta en sus mentes.
Por eso se afirma que agasajar a los huéspedes es más importante que agasajar a la Divina Presencia. Incluso si la hospitalidad destruye la paz entre un hombre y su mujer, el mandamiento de ser hospitalario sigue siendo más importante.''
Fuente: Cuentos jasídicos. Los Maestros Continuadores-I.




 


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Relato tomado de la página de la Artista Tamar Zeitlin Art.
"Hace como tres años salí al centro comercial en Ramat Eshkol, cuando mi hijo de un año y medio estaba descansando en la carriola.
Cuando Él se acercó y miró la carriola vi una barba normal como todos los buenos abuelos sonríen a los bebés en los cochecitos, pero él tenía una mirada diferente y triste, no sonreía. 
Yo también tenía esto "cuando señala al niño pequeño". Los nazis nos decían que los lleváramos por la mañana al jardín de infantes pero al mediodía los niños no volvieron ”y luego se puso a llorar en voz alta frente a mí, lloró y lloré con él.
Y él llora y llora y la gente se junta y no entiende, señor ¿qué pasó? ¿Todo esta bien?
Y no se puede explicar.
El niño no regresó del jardín de infantes ...
Mi familia y la familia de mi esposo emigraron a los Estados Unidos antes de la guerra, nunca llegué a conocer a los sobrevivientes y su historia personal y de repente me encuentro en medio de un día normal un dolor de 70 años que sigue vivo gritando con cicatrices y heridas.
Dibujo y lloro, hay un niño que recordaré del Holocausto, un niño pequeño que no regresó del jardín de infancia.
Y un padre afligido llora y extraña".
Nota de redacción. Hasta aquí el relato. 
Poco a poco vamos perdiendo a los últimos sobrevivientes del Holocausto, pero las historias no se deben olvidar. 
Tampoco debemos permitir que (lo alenu) pase algo aunque sea mínimamente parecido.
No debemos permitir que la juventud, que los niños olviden.
Recordémosle, según su edad, lo que pasó, lo que no debe volver a pasar.
Este es un pequeño homenaje a todos los que dejaron su vida, en días del Holocausto, tan sólo por ser judíos.

 

 

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Ver la luz e identificar la oscuridad
Mientras que los amos egipcios hacían todo lo posible para humillar y deshumanizar a los judíos, quebrando sus espíritus y haciéndoles sentir que estaban condenados a ser esclavos de por vida, las mujeres judías duplicaron sus esfuerzos para inspirar en sus esposo un sentimiento de dignidad.
Estuvieron a la altura de este tremendo desafío e hicieron todo lo posible para hacerles sentir que NO eran esclavos sino "hombres de familia" y que podían ser felices y afortunados.
En otras palabras: las esposas judías inspiraron a sus esposos a ver la luz en la oscura cueva, para que así entendieran que la esclavitud no era la "nueva normalidad".
Fue este noble y valiente esfuerzo de las mujeres de Israel lo que impidió que los hombres judíos se resignaran a su condición de esclavos.
Fue gracias a las virtuosas mujeres de Israel, su coraje y su sabiduría para fortalecer nuestros espíritus en los momentos más difíciles de nuestra historia, que nuestra libertad de Egipto fue posible
Fuente: Halajá of Day- Rab Iosef Bitton.




 


 


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En uno de los períodos más duros de la represión en la ex Unión Soviética, fueron cerradas las fábricas de Matzá en Rusia.
Rabí Leví Itzjak Schneerson (padre del Rebe de Lubavitch, gran Rabino de Ucrania), pudo sin embargo, conseguir una autorización para fabricarlas.
Para su mejor organización el horneado funcionaba así: Cada judío traía su harina y horneaba sus Matzot. Un día se presentó ante el Rab un iehudí con una amarga queja: El día anterior había estado esperando su turno para hornear gratuitamente, sin lograrlo y si ese día no lo conseguía, él y su familia quedarían sin Matzot para Pesaj.
El Rabino le preguntó: "¿Y cuál es el problema si no tienen Matzot para Pesaj?"
El judío montó en cólera al escuchar la pregunta del rabino, y comenzó a insultarlo.
"Se le otorgará un turno inmediatamente" dijo Rabí Levi Itzjak. "¡Esa es exactamente la respuesta que quería escuchar de un judío!".
Más tarde comentó el Rab, que nunca había tenido tanta satisfacción, como de aquel momento en que el lehudí lo insultaba...
Fuente: es.chabad.org

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En la así llamada Edad de Oro de los judíos en España, el ministro de economía del reino era el renonmbrado exégeta Isaac Abarbanel y gozaba de la confianza ilimitada del rey. Algunos antisemitas de la Corte trataban de difamarlo y a diario lo acusaban de haberse enriquecido a expensas de las casas reales.
Si bien el rey se negaba a escuchar, tanta insistencia lo condujo a pedirle que le presentase un balance de sus bienes. Unos días después, Abarbanel presentó al rey un balance con un contenido muy magro. El rey le dijo muy serio que no podía ser y que obviamente tenía mucho más.
-Su Majestad- respondió el ministro- vuestro pedido de presentar el balance de mis bienes, puede ser el resultado de los esfuerzos de mis enemigos para desacreditarme y lo han logrado. Seguramente influirán para que se me confisque todos mis bienes.
En verdad no puedo decir que todo lo que tengo me pertenece por eso hice una lista con todo lo que he dado para caridad, porque eso nunca lo podrán confiscar. Esto es lo único que puedo reclamar como propio y es lo que le he presentado de acuerdo a su solicitud.
Fuente: Anécdotas talmúdicas y de rabinos famosos. Dr. Simón Moguilevsky.
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De todos los judíos orientales, los de Mossul eran considerados como los más inteligentes y sutiles. Satanás escuchó algo de eso y decidió engañar a uno de ellos. Quería demostrar, que ni los judíos de Mossul pueden superarlo. El es capaz de superarlos en astucia y ellos caerán en su trampa. Así que se acercó a uno de los judíos de Mosul, se les presentó como un extranjero que había llegado a este lugar para radicarse allí.
El Satanás le dijo: - "Hagamos juntos un negocio. Yo con mi plata y tú con tu inteligencia y con el trabajo de tus manos".
El judío estuvo de acuerdo. Arrendaron un campo y sembraron cebolla. Las cebollas brotaron, crecieron sus largas hojas verdes hacia arriba y cubrieron toda la superficie del campo con su verdor fresco y brillante.
Llegó la época de la cosecha. Le preguntó el hombre de Mossul a su compañero: - "¿Qué quieres tú, lo que está encima de la tierra o lo que está abajo?
Satanás se acordó de las cebollitas chiquitas de aspecto miserable que pusieron en la tierra y vio la maravilla de las hojas encima de la tierra, eligió las hojas.
En seguida, contrataron trabajadores y estos sacaron las cebo­llas desde la tierra. El judío tornó todo lo que estaba debajo de la tierra y ganó mucha plata. Satanás tomó lo que estaba encima y perdió su inversión.
Cuando empezó la nueva temporada, sembraron trigo. Enton­ces, vio el Satán las espigas verdes y pensó en su corazón: "Esta vez no voy a cometer una equivocación. No me dejaré engañar por el aspecto, ni me dejo estafar por la linda apariencia".
Las espigas se tornaron amarillas y él dijo a sí mismo en su corazón: "Fíjate, la magia desapareció y nada de valor se puso en evidencia".
Cuando su compañero vino y le preguntó. "¿Qué quieres tú, lo que está encima o lo de debajo de la tierra?"
El Satán contestó sin vacilación. - "Lo que está debajo"
El judío de Mossul trajo cosechadores. Ellos segaron el trigo y el judío le dijo al Satán: - "Bueno llévate todo lo que está debajo." El Satán examinó la situación y comprobó: "Realmente, los judíos de Mossul vencieron incluso al mismo Satán en astucia.
Fuente: Veghazi.cl

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Preguntaron a Rabí Méndel de Rymanov: "¿Por qué dos tzadikim no pueden establecerse en la misma ciudad?"
Contestó: "Los tzadikim son como las luces que brillan en el cielo. Cuando D"s creó las dos grandes luces del Cielo colocó a ambas en el firmamento, para que cada una cumpliera con su servicio especial.
Desde entonces han sido buenas amigas. La luz grande no se jacta de ser grande y la pequeña está contenta con serlo.
Y así ocurría en los tiempos de nuestros sabios. Había un cielo lleno de estrellas, grandes y pequeñas, y todas vivían en perfecta hermandad. ¡No sucede lo mismo con los tzadikim de nuestro tiempo! Ahora nadie quiere ser una luz pequeña e inclinarse ante una más grande. De modo que es mejor que cada uno tenga su propio firmamento para él." 
Fuente: Cuentos Jasídicos. Los maestros continuadores I. Martín Buber.

 





 

 

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Se cuenta que en una gran ciudad de Europa, vivía un hombre muy avaro, el que un día al salir de su trabajo, perdió una bolsa con quinientos ducados. Tan afligido se sentía, que no demoró ni un segundo en ir y poner un aviso en la entrada de la sinagoga para ofrecer una generosa recompensa al que la hubiese encontrado.
Un hombre, tan pobre como honrado, encontró la bolsa y no dudó en llevársela al avaro. Al recuperar éste su bolsa, se arrepintió de la recompensa, diciéndole al pobre hombre:
"En la bolsa tenía mil ducados y aquí no hay más que quinien­tos. ¿Dónde está lo que falta?"
El pobre hombre, que entregó la bolsa sin sacar ni una sola moneda de ella, no pudo probar su inocencia y tuvo que regresar a su casa con las manos vacías. Al saberlo su esposa, le pidió que fuesen a ver al Rabí.
Dos eran las razones de la visita: la conducta del avaro, ya que no cumplió con la promesa de la recompensa, y peor todavía era, el haber calumniado al pobre hombre.
El Rabí, mientras se pasaba las manos por su larga barba blanca, reflexionaba. Por fin, citó al rico avaro.
"¿Que cantidad de dinero había en tu bolsa?" - le preguntó.
"Mil ducados."
"¿Y cuánto había en la que te entregó este hombre?"
"Sólo había quinientos."
"Entonces, esta bolsa no es la que tú has perdido. Devuélvela a este hombre y espera a que te traigan la tuya."
Con estas palabras el Rabí despidió a los querellantes. Y el avaro, con dolor en su alma, tuvo que entregar la bolsa al pobre, pues no se debe ofrecer lo que no estamos dispuestos a cumplir.


 

 

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Rabí Méndel de Rymanov solía decir que durante el lapso que empleaba en recitar para sí las Dieciocho Bendiciones, todas las personas que alguna vez le habían pedido que intercediera por ellas ante D"s desfilaban por su pensamiento.
Alguien le preguntó cómo era esto posible, ya que con seguridad no había tiempo suficiente. Rabí Méndel contestó: "La necesidad de cada uno deja un rastro en mi corazón. En la hora de la plegaria abro mi corazón y digo: '¡Señor del mundo, lee lo que está escrito aquí!' "
Fuente: Cuentos jasídicos-Los Maestros Continuadores-Martín Buber.


 

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Rabbi Fischel Shachter contó que en una oportunidad alguien lo llamó un viernes a la tarde justo antes de Shabat, pidiéndole que hablara en un Bet Hakneset para recaudar dinero para cierta organización ese mismo Shabat.
Esta persona le dijo que les habían dado permiso para hacer el pedido durante la Seudá Shelishit en una importante sinagoga, donde asiste un público muy pudiente, pero el discurso sólo podía durar tres minutos.
Aunque no tenía mucho tiempo para preparar, el Rab. aceptó. Esa noche el Rab daba vueltas y vueltas en su cama tratando de pensar las palabras perfectas para ayudar a esta organización.
Su esposa le preguntó por qué había aceptado hacer la derashá, viendo que la preocupación le arruinaba el Shabat.
El Rab le contestó que en realidad, todos tenermos que pasar noches sin dormir, algunos por dolor de muelas, otros preocupados por sus hijos, y que él prefería que su preocupación fuera el discurso que las otras alternativa.
Fuente Revista Guesharim Rosh Hashaná 5781 Septiembre 2020.


 

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Uno de los Jasidím del Alter Rebe, tenía un yerno que era un gran sabio de la Torá y que no pertenecía a ninguna rama de Jasidím. Pasaron algunos años y el joven se desvió del camino de la Torá, dedicando la mayoría de su tiempo a montar a caballo, vanagloriándose de su idoneidad sobre los equinos. Su suegro le pidió que lo acompañara a visitar al Rebe, más el muchacho contestó que sólo iría montando su caballo. Cuando llegaron a Liozna, el Alter Rebe le preguntó: "¿Dime cuál es, en esencia la diferencia entre un caballo bueno a uno que no lo es?"
-contestó el joven:"En el mismo tiempo en que el caballo débil recorre un kilómetro el fuerte avanza cuatro".
"¿Y qué sucede cuando el caballo fuerte se equivoca de camino?, ¿Acaso no se internaría más rápidamente en el bosque?", pregunto el Rebe. " Es cierto, reconoció el muchacho, "pero al darse cuenta de su error, retornará mucho más aprisa".
El Rebe repitió esas últimas palabras con mucho fervor, y de pronto el hombre comprendió la intención del Alter Rebe, y se sintió conmovido retornando al poco tiempo al camino del bien.
Fuente: Jabad.com

 

 

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Había una vez un judío cortesano. Vivía en un gran castillo, lleno de habitaciones, grandes jardines y mucho lujo. Sin embargo, este hombre, como muchos otros, tenía un problema: no se sentía feliz.
A pesar de su fortuna y su prestigio sentía que le faltaba algo. Nunca estaba contento con lo que tenía.
En el castillo trabajaba un hombre que siempre estaba alegre; realizaba sus tareas con placer y en su rostro se dibujaba una eterna sonrisa.
Al encontrarse con él, el cortesano se preguntaba siempre cómo podía ser que un hombre así, tan pobre y con un trabajo tan humilde, se sienta feliz.
Un buen día, comentó el asunto con uno de sus consejeros: -"No entiendo cómo este obrero puede sentirse feliz. No lo he visto nunca enojado, en su cara siempre hay dibujada una sonrisa."
"Lo que sucede, mi señor, es que este hombre no ha ingresado al "círculo del 99": es por esto que él es feliz", contestó el consejero.
- "¿Y qué es el "círculo del 99"? - preguntó el cortesano. muy extrañado.
- "Se lo voy a demostrar." - dijo el consejero con firmeza. - "Hoy a la noche, cuando el obrero llegue a su casa, dejaremos en su puerta una bolsa con 99 monedas de oro. El resto lo comprobará Usted por su cuenta."
Y así sucedió. Por la noche, cuando el sirviente se encontraba en su humilde casa, feliz., con su esposa y sus hijos, el cortesano y el consejero golpearon en la puerta del pobre hombre y dejaron en el suelo la bolsa con las 99 monedas. Rápidamente se escondieron detrás de un árbol y observaron todo lo que sucedía en la casa.
El hombre abrió la puerta, miró hacia un lado y hacia el otro, pero no vio a nadie. Sin embargo, encontró en el suelo una bolsa que parecía no pertenecer a nadie. La recogió del suelo y la llevó a su casa. Junto a su mujer y a sus hijos comenzó a abrirla, muy extra­ñado por lo que estaba sucediendo.
Al ver el contenido, comenzó a llorar de alegría, ¡una bolsa con monedas de oro! ¡Qué bien le venía este regalo! A partir de ese momento no tendrá más preocupaciones, sus hijos podrán vestir y comer como los ricos, y su mujer se comprará las mejores ropas. Irían de paseo todos los días, y seríán aún más felices.
Pero en ese momento decidió contar las monedas, para saber cuán grande era su fortuna. Y comenzó con la cuenta: una, dos, noventa y ocho, noventa y nueve...
El hombre se puso furioso, no podía creer lo que estaba pasando.
"¡Me robaron una moneda!", - comenzó a gritar. - "¡No hay justicia en este mundo! ¡Alguien se llevó mi moneda!"
Y fue en ese instante cuando el hombre entró en el "círculo del 99".
La expresión de su cara cambió, la eterna sonrisa se transformó en una mueca de bronca y odio, y la sensación de felicidad desapareció para siempre.
En el trabajo, el pobre hombre ya no sonreía ni era amable con la gente, hasta con el cortesano se mostraba hostil.
Un buen día, el cortesano le preguntó qué le ocurría, ¿por qué andaba siempre con esa expresión tan triste en su cara?
"Y qué crees tú, ¿que debo andar siempre contento?" - dijo casi gruñendo. "Yo no soy tu bufón. Hago mi trabajo, y por eso me pagan, pero nadie puede obligarme a estar alegre."
Frente a esta contestación tan agresiva, el cortesano se ofendió mucho y pronto comprendió lo que significaba pertenecer al "círculo del 99". Ese pobre obrero vivió el resto de su vida creyendo que le faltaba una moneda para ser feliz. Y él, el cortesano con tantos recursos y tanto prestigio, vivía de la misma manera, creyendo que siempre le faltaría algo para sentirse completamente feliz.
Fuente: Cuentos judíos para disfrutar. 

Nota de redacción: A veces la persona cree que por tener más va a ser feliz, sin darse cuenta que la felicidad se puede encontrar en las pequeñas cosas. 



 

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Día a día nacen nuevos grupos de lectura de tehilim. Pero... Por qué leer tehilim?.
Al leer los salmos se observan distintas mitzvot:
-Se está mostrando emuná completa hacia El Creador como único salvador (Mitzva ben adam lamakom).
-Se está sintiendo el dolor del prójimo como propio (Tzarat azulat) (Mitzva ben adam lajabero).
-Se está salvando una vida. (Mitzvat lo taase deoralta "lo taamod al dam reeja").
-Incluso es probable que todas las mitzvot y estudio de tora que provengan de la persona y toda su cimiente, sean contados también a favor de Ud. a la hora del juicio.
-Leyendo tehilim con concentración se cumple la mitzva "BEAHABTA ET ASHEM ELOKEJA BEJOL LEBABEJA U BEJOL NAFSHEJA" Y amarás a Hshem tu D"s con todo tu corazón y con toda tu alma".
Y ud... ya está leyendo tehilim?



 

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Un discípulo preguntó a Rabí Méndel de Rymanov: "El Talmud dice que Abraham cumplió con todos los mandamientos.
¿Cómo es esto posible si aún no habían sido dados?"
"Es sabido", contestó el rabí, "que los mandamientos de la Torá corresponden a los huesos, y las prohibiciones a los músculos del hombre. Por consiguiente la Ley incluye la totalidad del cuerpo del hombre. Y Abraham había hecho cada parte de su cuerpo tan pura y santa que cada una cumplía por sí misma el mandamiento que le estaba destinado."
Fuente: Cuentos jasídicos. Los maestros continuadores I. Martín Buber.
 

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Había una vez un muchacho, bien alto, muy buen mozo. Rico, muy exigente y mañoso con la comida. Su madre estaba desespera­da, pues le compraban y preparaban las comidas más exquisitas en la casa, pero no le gustaba nada.
Una noche fue a comer a un restaurante, quería saber si existía allí algo que le gustara. Se sentó, ordenó varios platos, los probó pero ninguno le agradó. Los puso a un lado y gritó:
"¡¿Aquí, acaso, no saben cocinar?!"
Entonces, se le acercó un camarero y le dijo:
"Si quieres comer bien, yo te ayudaré. Sólo espera que termine mi trabajo y me acompañarás. Mi madre cocina muy, muy bien. Te aseguro que nunca comerás con tanto agrado como en nuestra casa."
El muchacho que siempre estaba listo para probar nuevas comidas, aceptó la invitación con muchas ganas. Esperó al mozo hasta que éste terminara su trabajo. Una vez ya fuera, el muchacho le preguntó al mozo en dónde vivía y él le contestó que muy cerca del lugar donde estaban.
Empezaron a caminar, a caminar ya caminar, escalaron ce­rros, bajaron llanuras. Después de algún tiempo, el muchacho preguntó:
"¿Estamos muy lejos todavía?"
El mozo contestó que estaban por llegar.
Continuaron caminando y, luego de dos horas o más. llegaron a la casa de la mamá del mozo. Subieron cuatro pisos y. finalmente. el muchacho que estaba muy cansado, pudo sentarse al lado de la mesa.
El mozo llamó a su madre y le dijo:
"Por favor trae un poco de la salsa que sólo tú puedes preparar."
"Con gusto, .. - dijo la mamá y se fue a la cocina y trajo una buena cantidad de salsa. El muchacho se acercó al plato y comió la salsa sin dejar ni una gota. Llamó a la mamá, agradeció la comida y le dijo:
"Señora, en toda mi vida, nunca, comí una salsa tan sabrosa como la suya. ¿Podría servirme un poco más?"
El mozo se echó a reír y le respondió al muchacho: - "La salsa es la misma que tú comiste en el restaurante, pero tú nunca te habías sentado a la mesa tan cansado y con tantas ganas de comer como ahora."
Fuente: Veghazi-Cuentos-


 

 

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